Sueña con crear un hospital intercultural de la Amazonía

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Lima. Recuerda con nitidez las hojas de plátano sobre las que su padre lo colocaba para que durmiera durante el viaje en chalupa, luego de concluir una jornada de vacunación y de regreso a casa. Jackson Shuña Ramírez tenía 3 años, y lo acompañaba. Hoy, como enfermero, será parte del equipo que inmunizará a las poblaciones amazónicas.

Dormir sobre esas hojas frescas que su padre, don Artidoro, colocaba en un rincón de la chalupa para protegerlo de los rayos de sol que caían sobre los ríos Chiriyacu, Nahuapa o los caudalosos Corrientes o Marañón, mientras retornaban a su hogar después de una larga jornada de salud en las comunidades, es lo que hasta ahora no puede olvidar Jackson Jeffrey Shuña Ramírez, cuenta.

Don Artidoro Shuña Saurin, su progenitor, nativo de la etnia Kukama Kukamiria fue el primer técnico de salud de enfermería en Nauta, cuando los establecimientos de salud eran de madera y sus techos de hojas, y los conocían como ‘los saniche’ (por sanitarios de salud). Jackson, su único hijo varón, lo acompañaba y veía cómo la gente salía coorriendo asustada cada vez que veía los inyectables de vidrio.

Hoy, como enfermero, formado en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana (UNAP), nacido en Trompeteros y formado en Nauta, será parte del equipo de profesionales que vacunará a las poblaciones amazónicas.

Personal asistencial

Jackson es responsable del área de Epidemiología del Centro de Salud Nauta, en Loreto, y eso significa tener mapeada a las familias de ese distrito: quiénes son, cuántos, qué problemas de salud tienen, pero también a las de Trompeteros, Maypuco y Santa Rita de Castilla, distritos donde viven mestizos y pueblos originarios, comenta.

De no haber sido por esa experiencia acumulada de organizar brigadas de salud, hacer visitas casa por casa, diseñar un cuadro nutricional de la zona, no habría podido elaborar con su equipo un plan de intervención contra la COVID-19. “La letalidad de la enfermedad era muy alta en las cuencas de los ríos Marañón, Tigre, Chambire y Corrientes. Tuvimos que cerrar hasta los ríos, y logramos reducir la tasa de mortalidad, a diferencia de Iquitos”, rememora.

Los años de andar por trocha, caminar al lado de su padre por cada pueblo originario para ofrecer lo que aprendió, lo ayudaron a tomar decisiones rápidas y a actuar sobre los casos leves de la enfermedad para evitar que se volvieran graves, pues en abril, en plena pandemia, no tenían medicamentos, ni oxígeno y los hospitales de Loreto habían colapsado.

Lo increíble, reconoce, es que todos pusieron el hombro: el local del Vicariato se convirtió en un centro de atención temporal y el personal de salud llegó a cocinar el almuerzo y cena a cada uno de los más de 300 pacientes que atendieron allí.

Solo le pido a Dios

Pero vivir entre la vida y la muerte es el estigma de los profesionales de salud que forman parte de la primera línea de batalla. No fue diferente para Jackson, pues no solo perdió colegas y pacientes, sintió en carne propia el miedo a morir y perder a su familia, pues se contagió de COVID-19.

Nada como ese temor. Por eso, al recuperarse, decidió alejarse de su familia durante cuatro meses, y pedirle a su pareja, una técnica de enfermería, que por favor se quedara en casa a cuidar a su pequeño. “Arrodillado, le pedí a Dios que me diera la enfermedad a mí, y que a mi familia la liberara. Pero no podía detenerme, tenía que seguir trabajando”.

La segunda ola es un fantasma, dice Jackson Jeffrey, pero continuará al frente, preparado para las familias achuar, urarinas, kukamas kukamirias que habitan en las cuencas frondosas de los ríos bravos, anchos y, a veces cortos, Marañón, Corrientes, Chambire y Tigre. Es su presente. Pero en el futuro “me ilusiona el sueño de crear el hospital intercultural de las cuatro cuencas. Pondré mi empeño para hacerlo realidad”. (FIN) DOP/ SMS

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