Qué viene después (sin coronavirus)

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En estos días de enclaustramiento preventivo y obligatorio, de refugiarse en casa por temor al contagio, las redes sociales se hipertrofiaron con la viralización de videos de todo calibre, donde se ha perdido el miedo al ridículo, al pánico escénico con la escalada mundial de videos personales de TikTok, por excelencia. Ésa es una de las consecuencias del coronavirus en el escenario más frívolo, pero ya demuestra el cambio conductual de la actual generación amante de la exposición personal: son creyentes de la efímera popularidad, convencidos de ser potenciales influencers (intagramers y youtubers) con el mínimo talento. Y los demás, por simple joda.

En otro ámbito más utilitario, la plataforma Zoom se ha masificado por necesidades académicas y laborales, incluso está siendo adoptada para otros fines con sus videollamadas y reuniones virtuales. El teletrabajo o trabajo remoto, estudios virtuales en todos los niveles, es la modalidad que obvia la presencia física para el desarrollo de clases o labores esenciales.

La pandemia y sus efectos colaterales, como el colapso económico de los países afectados y su devastación social, trae consigo, sin embargo, repercusiones ético-morales con matices aleccionadoras. Hemos llegado al punto de no retorno, donde el mundo ha tomado un inmenso respiro y una inevitable reflexión; hasta cuestionamos el verdadero sentido de nuestra existencia, porque al planeta le va muy bien sin los humanos. La Tierra se ha regenerado durante el confinamiento de su mayor depredador.

Qué nos deja esta catástrofe sanitaria. ¿Certezas o mayor incertidumbre? Estudiosos e intelectuales de todos los sectores plantean probables escenarios producto del aprendizaje por error, con o sin vacuna, porque seguiremos expuestos a situaciones iguales o peores.

En el futuro después del coronavirus o del mundo poscovid-19, en la “nueva normalidad” todos sin excepción apuntan a un sistema de salud universal, somos conscientes de que el mundo cuenta con los recursos suficientes para todos sus habitantes, habrá mayores arranques nacionalistas, los trabajadores anónimos relacionados a la salud y limpieza recibirán justicia social, tendremos respeto a los ancianos como personas venerables y no como seres obsoletos, la era digital en todo orden de cosas (estudio, trabajo, medios de comunicación), menos o nula importancia a los gastos superfluos como la ropa (“Lo deseable dejará sitio a lo esencial”, dice el sociólogo alemán Stephan Lessenich).

El valor de la soledad y conectarse con tu yo, el buen humor como catarsis, el verdadero significado y carga emocional de un abrazo, la higiene como hábito principal, la dosificación de la alimentación diaria para una vida más saludable, el cuidado de nuestro organismo para no exponerlo a futuras pandemias. Se ha llegado al convencimiento de lo conveniente de ser más tolerantes, más empáticos, expertos en resiliencia, se ha fortalecido la solidaridad, la búsqueda del bien común. Tal vez lleguemos al hartazgo de los celulares y busquemos con más frecuencia charlar con el prójimo.

De modo más particular, nuestro país, en plena ruina moral, ratificó esta baja condición durante este periodo sensible para manifestaciones altruistas: precios sobrevaluados de medicinas, acaparamiento de productos básicos, concursos amañados para compra de bienes, desobediencia a la autoridad, etc. Esta pandemia nos enseñó que los hábitos de higiene deben guiar nuestros días, pero la mayor necesidad es, ante todo, de una higiene conductual, de reformulación de los valores, de una nueva genealogía moral, de una revolución social que desprecie las formas del pasado putrefacto y sea el renacimiento de una sociedad digna. No es pedir demasiado, es la selección natural de nuestra especie. (Marco Hidalgo Murrieta)

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