El Piloto fallecido era dueño de Aeroandino
Era el domingo 29 de octubre. Seguramente, Pacho Mendoza descansaba en Atalaya. Una noche antes, como todos los años, recibió al Señor de los Milagros en su casa.
Al enterarse de la emergencia y al saber que su hijo José estaba de copiloto en el fatídico vuelo de Aero Andino, comenzó las horas de angustia de un padre que pensaba de todo en esos momentos.
Pacho en su juventud también piloteaba aviones y siempre conversaba con José. Tal vez eso motivó a qué tome los mismos pasos de su padre.
Ya en Pucallpa, continuaba con la desesperación y angustia al no saber nada del destino final de la nave.
A golpe de la media noche, por fin tuvo noticias de la brigada.Su hijo estaba con vida, herido, pero con vida. Su amigo Rudolf el piloto y dueño de la nave no corrió la misma suerte.
Eran horas de preocupación donde no había lugar para el sueño. El padre, estaba preocupado.Pero en algo calmaba la angustia al saber que su hijo pondría en práctica todo lo enseñado por él para sobrevivir en la selva.
Ya en la mañana del lunes, abordó una nave y partió rumbo a Bréu.El instinto de padre decía que tenía que llegar al rescate de su hijo, que su sola presencia y un abrazo serían las primeras medicinas que calmarían el dolor de ambos.
Pacho, cansado por la caminata, tuvo el mismo gesto que su hijo al momento de ser rescatado. Agradeció a todos y de inmediato, embargado de la emoción y lágrimas, abrazó fuertemente a su hijo y dando gracias a Dios por el milagro concedido.
Los brigadistas sintieron entonces que todo lo vivido la noche antes tenía una recompensa moral.La satisfacción de que como seres humanos cumplimos una misión, solidaridad con el prójimo.
Pacho; sin embargo, no aguantó ver el frío cuerpo de su amigo, Rudolf, el piloto y dueño con quién compartió muchas horas de vuelo y quién aceptó que José, su hijo, tenga el privilegio de ser su copiloto. El frío cuerpo del amigo ahora descansa en paz.
Tuvieron que pasar más de 24 horas después del accidente para reencontrarse con su hijo, el joven copiloto, quien nunca abandonó al piloto de la nave y esperó con la calma y temple de acero la llegada de los brigadistas.
Llegaron a Pucallpa. José fue trasladado a un hospital para evaluar las heridas y Rudolf, el experimentado piloto fue velado y enterrado, hoy pasa a la inmortalidad de quienes le conocimos. J.Castillo