Servidor shipibo-konibo es bisagra entre el Estado y los pueblos originarios
Jack Jarlin Faquín Franco salió de su comunidad shipibo-konibo en busca de progreso, e hizo un pacto con ella de regresar para compartir lo aprendido. Volvió, fue líder y hoy es gestor intercultural del Ministerio de Cultura. Por el covid-19 visita a la población indígena más alejada de Ucayali para que confíen en la vacuna y comprendan sus beneficios.
Su nombre en lengua originaria es Soi Niwe, que significa Viento Recio. Jack es shipibo-konibo y creció a orillas del río Amaquiría, rodeado de selva, de loros y monitos, de familias que, como la suya, se alimentaban de yucas, peces y frutas que encontraban a la mano. No conoció caramelos ni chizitos. Hablaban su lengua originaria, jugaban sin conciencia del tiempo. Solo la hora del almuerzo marcaba la diferencia, porque las mamás de su pueblo empezaban a llamarlos con un sonido parecido al de un pájaro, juuuuu, juuuuu, que les indicaba que era momento de acercarse a casa, “nuestra chocita” –recuerda– para estar en familia.
Jack Jarlin nació en la comunidad de Amaquiría, del distrito de Iparía, en Coronel Portillo. Está ubicada a 18 horas de la ciudad de Pucallpa, en peque peque. Pero hoy es gestor intercultural del Ministerio de Cultura, gracias a la convocatoria que hizo la institución ante la urgencia de llegar a las poblaciones indígenas más alejadas de esa región, como las “de contacto inicial”, por su resistencia a vacunarse contra la covid-19.
“A ellas y a otras reservas de la frontera les llegaron las noticias de que estaban inyectando un chip líquido para exterminar a la población indígena, o para evitar que las mujeres tuvieran hijos y la población ya no creciera, porque se querían quedar con sus territorios. Tenían miedo, muchos mitos en su cabeza y rechazaban a las brigadas. Hablar mi lengua y las suyas les ha dado confianza”, cuenta Jack.
En la región existen 15 etnias amazónicas, y más de 600 comunidades asentadas a lo largo de la ribera del río Ucayali y otras cuencas. Jack no puede llegar a todas. Sin embargo, desde que asumió el encargo de ser la bisagra entre el Estado y los pueblos amazónicos, en mayo de este año, ha podido mapear a las que son de prioridad, por su lejanía, y sobre botes de motor sin toldo, soportando los rayos solares y temperaturas sofocantes de hasta 42 grados, ha llegado a ellas en compañía de personal de salud.
“Todo sea por esas familias”, dice, porque viven en lugares en donde “no está el Estado”, donde no existen ni el fósforo ni la sal. “Eso es muy triste, para mí como varón eso…” y sigue una mirada fija. Nuestra conversación es por WhatsApp. Pero, Viento Recio, nombre que eligió su padre por ser el primogénito, cumplió una vez más con su palabra: llevó hasta esos lugares a las brigadas de vacunación. Su trabajo de enlace con redes y microrredes de la Dirección Regional de Salud obtiene resultados.
Compromiso
Pero, Jack Jarlin Faquín Franco, hijo de un líder amazónico, padre de un niño de 10 años y una niña de dos, enfrentó batallas diversas cuando dejó Amaquiría a los 12 años. La primera, descubrir que estaba obligado a aprender una lengua que no era la de sus ancestros, y que el proceso de adaptación le iba a costar bulliyng, discriminación y agotamiento por el esforzado estudio. Lloró muchas noches, pero no se rindió.
Este agente intercultural, orgulloso de usar su “cushma” cuando viene a Lima para realizar trámites en representación de los asháninkas, kakataibo o chitonahua, ha constatado que la mayor preocupación de sus hermanos es la presencia de “colonos” que llegan del Vraem para establecerse con cultivos ilegales en sus territorios. “Ser líder y ser funcionario es bien distinto. Como Apu, uno cruza el río para presentar las demandas, pero no te escuchan. Es bien triste regresar y decir que no conseguimos nada. Pero, como gestor, traigo las demandas de mi pueblo a Lima, y regreso con esperanza. Soy feliz por lograr que los Apus entiendan el mensaje de que, si aman a sus hijos, su familia y sus bosques tienen que vacunarse”. (FIN) DOP/ SMS